Hola gente,
No sé si conoceréis el Fanfic, basado en la serie, que en su día escribí, sí, este. Me gusta mucho escribir, y supongo que viendo lo bien que escriben las foreras de este foro (hace mucho que no leo nada de un forero), me han entrado ganas de empezar un nuevo proyecto, un tanto peculiar. Distinto.
En vez de escribir en torno a unos personajes, que luchan por sobrevivir de los muertos, de los vivos, descubriendo gente, muriendo otros, he decidido empezar algo nuevo: "Otras historias".
Cada capítulo, será independiente. Tampoco creo que sean largos. No seguiré regularidad a la hora de publicarlos, porque tengo poco tiempo para ello. En 'Otras historias' iréis conociendo la historia triste de ciertos personajes, de varios puntos de vista, de aquellos que nunca veríais en un apocalipsis zombi, o eso espero. O al menos, eso intentaré, hacer algo diferente, fresco y entretenido. Emotivo, y sin dejar el género Z, obviamente.
Dicho esto, espero que os guste y os subáis al carro con estos intermitentes de historieta, que desde luego a mí, me tienen verdaderamente ilusionado. No os puedo garantizar que todo sea bonito.
¡Hale, aquí os dejo la primera entrega!
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1. Esos pequeños placeres
"Esos pequeños placeres. Esos diminutos placeres que te embriagan con calidez. Esas acciones que te alegran el día. Esos gestos que te infundan ánimos. Esos pequeños placeres. Esos. Sí, sí, efectivamente, esos en los que estás pensando.
No sé... ¿qué podría decir yo? Esas tardes de reflexión acompañadas de la música que más te gusta. Esas extensas charlas con tus amigos. Esas sinceras risas de la gente, y verte a ti como la causa de ese ánimo. Esa sensación de rascarte la cabeza cuando te pica. Esas sensaciones. El olor a un libro nuevo. A una taza de café recién hecho. Ese trago de agua fría en pleno verano. Ese momento zen con uno de los capítulos de tus series favoritas. Esa ducha tras hacer ejercicio. El tirarse en la hierba en medio de un prado. La brisa fresca moviéndote el pelo. El sentimiento de ser querido. El sentimiento de amar. Sabes a qué pequeños placeres me refiero ya, ¿no? Sí, lo sé, el sexo. Obviamente ese es un placer, aunque dudo que sea 'pequeño'. Tú ya me entiendes.
Me llamo Horacio. Sí, el pequeño placer de mi madre de ponerme un nombre del que tanto me reiría en años venideros. Anda que no ha hecho que me sienta yo... ¿carismático? No sabría seleccionar la palabra que define todo.
Siento que me voy por las ramas. El corazón me bombea con más fuerza, cuando hablo de esto. Las emociones florecen verdaderamente rápido cuando se sienten con fuerza. Creo... ¡ay! No puedo creer que ya esté llorando. Bueno, supongo, que solo me sudan los ojos. Es una lagrimilla de nada.
Pequeños placeres. Con uno de esos pequeños placeres, conocería a la que se convertiría en mi mujer. Laura. Qué nombre más hermoso. Fue en un área de lectura. En una bibliocafé. Sí, los términos del mundo moderno. En ese sitio, donde acudía con frecuencia a leer un libro nuevo. Creo recordar, que en aquel momento, estaba leyendo Tormenta de Espadas. Sí, el de George R. R. Martin. El café humeante a mi lado desprendía una cándida calidez que hacía que mi alma se regocijara con aquella tranquilidad. Ahí fui con la vi. La belleza hecha mujer. Se sentó a mi lado, me miró con curiosidad, y sin ningún ápice de timidez me dijo:
- ¿Tormenta de Espadas? Parece que te quedan pocas páginas.
Reconozco que me pilló por sorpresa. ¿Cómo una mujer tan majestuosa podía hablarle a un energúmeno como yo? Su larga cabellera cobriza. Sus ojos color esmeralda. Sus ojos hipnotizantes. Su sonrisa traviesa. Sus curvas apasionad... Creo que no es algo de lo que debiera hablarte ahora mismo. Pero fuera como fuese, era hermosa. Dubitativo, nervioso y algo tartamudo respondí.
- Eh... Sí... Estoy justo después de... de...
- ¿La Boda Roja? - preguntó ella sugerente.
- Sí. - Guapa e inteligente. ¿Cómo lo había sabido? - Eh... yo, ¿cómo sabías por dónde iba?
- He leído el libro. Cuando entré vi la cara de horror que tenías. No podía significar nada más que lo que he dicho. Traumático cuando lo leí. Por cierto, me llamo Laura. - Me tendió su mano.
- ¡Ah! ¡Me... me dejas sin palabras! Encantado, Laura. Yo me llamo Horacio. - Estreché su mano.
Su olor era mágico. Recuerdo como pidió aquel café descafeinado y sacó un viejo libro, que lejos de oler nuevo, olía como las hojas antiguas. Un olor indescriptible.
- ¡Ay! ¡Qué bien huele! ¿No crees que estos pequeños placeres merecen ser vividos más a menudo?
- Sí, totalmente. - Esbocé una sonrisa atrevida. Ella me la devolvió, deslumbrante.
Pequeños placeres. Entablar conversación con una completa desconocida. Sentirla cercana. Sentir que esa es la persona que más quieres. Sentir que va a formar parte de vida. Sentir que la amas. Placeres de la vida. Sí, recuerdo el momento en que nos conocimos como hubiera sido ayer. Recuerdo como justo antes de marchar, me preguntó si pasaba mucho por allí, a lo que le dije que sí, y cómo me dio su número de teléfono, por si decidía llamarla para tomar un café. También recuerdo como me dijo, que no quería perder la oportunidad de conocer a un hombre lector, amante del café, al que habían llamado Horacio.
Ese fue el mejor momento de toda mi vida. El momento más feliz. Creo que nada es inigualable a ese momento. O eso pensaba hasta hoy. Porque hoy hay un nuevo momento en mi vida. Algo igual de feliz o más. Alguien a quien voy a querer tanto como a mi mujer.
Tú. Sí, sí, sí, tú. Señálate, ríete o mírate con rareza. Afirmo que eres lo más hermoso que me ha pasado en la vida. No hay palabras para describir mis sentimientos. Lo mucho que te quiero. Yo... ¡ay! ¡otra vez me sudan los ojos! ¡No lo entiendo! Si yo solía ser un machote... ¡no te rías! ¿Vale? He cambiado, el mundo me ha cambiado... tú me has cambiado, para bien, a mejor persona.
Tú. Te quiero, hijo mía. Laura, fue lo más hermoso que me pasó en mi vida. Pero ahora hay otra cosa igual de hermosa en mi vida. Y ese eres tú. Mi hijo. Yo escribo esto para...".
- ¿Es esta la sala de espera de partos?
- Sí, aquí es. - Aquellos ojos oscuros eran intimidantes. Su portador se sentó a mi lado.
- Uf. Nunca pensé que llegaría este momento... ¡estoy de los nervios!
- ¿Va a ser padre? - Rectifico. Esos ojos oscuros son muy cercanos. ¡Qué fuerza!
- Sí. Parece ser que es el día. ¿Y usted?
- Mi mujer está ahora dentro. Quisiera estar ahí, pero entre los médicos, el material... han preferido que saliera, por si las moscas. - La verdad, no estaba de acuerdo con aquello. Tendría que estar a su lado. Cogiendo su mano. Infundándole ánimos. Consuelo. Regocijo. Paz.
- Malditos médicos. Nos privan de los momentos más mágicos de nuestras vidas. ¡A mí me ha pasado lo mismo! Cuando se han llevado a mi mujer, me perdí en el hospital. Siempre fui despistado. - Se rió enérgicamente, donde se intuían sus nervios.
- No se preocupe. Seguro que está en buenas manos. Ah y... ¡Felicidades!
- ¡Felicidades a usted también!
Meto las manos en mi bolsillo para sacar una carta con fragancia de rosas. La nota que estoy escribiendo para mi futuro hijo. Planeo esconderla en casa. Cuando sea mayor. Cuando sepa leer. Quiero que pueda saber lo que le quiero. ¿Y si me pasase algo? Siempre he sido optimista, excepto en el amor. Pero ahora tenía que serlo con todo. Extraigo el papel que acababa de guardar para hablar con el extraño, y miro por dónde lo he dejado. Cojo el bolígrafo y me dispongo a poner la pincelada final a mi misiva. Pequeños placeres. Tinta de bolígrafo fresca. Papel de carta nuevecito. Es posar el bolígrafo sobre la carta, cuando oigo que alguien me llama.
- Señor Martínez. ¿El señor Martínez?
- ¡Yo! - No me gusta su voz. Algo ha ido mal. No es risueña. No transmite buenas noticias. ¿Qué ha pasado?
- Venga conmigo, por favor.
- ¡Disfrute el momento, Sr. Martínez! - El extraño me dio una palmada en la espalda. La agradezco. Mi corazón se desborda por momentos. Me despido, no sin antes darle las gracias. Mi madre, que en paz descanse, me enseñó a ser educado.
Sigo al doctor por el pasillo que lleva a las salas de partos. Parece que no quiere dirigirme la mirada. Veo como se quita las gafas para secarse el sudor de la frente. ¿Qué le pasa? ¿Por qué no me habla? ¿Y esa cara de preocupación? Intento decirle algo, a lo que no me responde. Como si estuviera hablando con un muro. Miento. Un muro tiene más sentimientos que ese doctor en este momento. Llegamos a la sala donde está mi mujer. Mi querida Laura. La puerta está cerrada. No se oyen llantos. No se oyen gritos. Maldita paz. Voy a abrir la puerta, pero el doctor ahora sí ha decidido hablarme.
- Señor Martínez. Ha habido... bueno... hay algunos problemas.
- ¿¡Qué dice!? ¿MI MUJER ESTÁ BIEN? - Me acabo de dar cuenta de que estoy gritando. Ni me he dado cuenta. - ¿MI HIJO? ¿QUÉ HA PASADO?
- Tranquilícese, señor. No queremos alertar al resto de la gente. Guarde la calma.
- Me acaba de decir que hay problemas. ¿Quiere que esté tranquilo? - He conseguido bajar mi tono. Reconozco que a veces parezco un viejo televisor, de esos que cuando cambias de un canal a otro, se incrementa notablemente el volumen o desciende, sin tocar el botón; solo por ser otro canal. ¿No os fastidia bastante eso? ¡A mí sí!
- El parto iba bien. Pero... hemos notado un descenso en el ritmo cardíaco de su... bebé. Eso hizo que nos preocupáramos. Posteriormente, el de su mujer también descendió. Todo... fue un caos. Pero... pasa algo...
- ¿Qué... qué... qué... est... está intento decirme? ¿Ellos están? - Las lágrimas empiezan a hacer arder mis ojos. Me siento desfallecer. Me llevo la mano al corazón. Me va a dar algo. No puede estar hablando en serio.
- Acompáñame, por favor. Pero antes, respire hondo. - Le hice caso.
La puerta se abrió de par en par. Y lo vi. Vi a mi mujer sonriendo levemente. Vi un bulto en medio de unas mantas que aún estaba unido por el cordón umbilical a su madre. Aparentemente nada extraño. No... no lo entiendo.
Me acerqué y cogí la mano de Laura. Estaba fría. Lívida. Aún no se había recuperado, y aquel aparato con aquella línea verde, cuyo nombre no consigo recordar, oscilaba con lentitud. No era un buen presagio. Y entonces lo vi. Vi a mi hijo. Pero algo iba mal. Era un bulto oscuro. Podríais pensar que hablo de negro. No, no me refiero a eso. Oscuro. Piel reseca, que incluso parecía no unida al cuerpo en algún punto. Las venas reventadas, rojizas, y azules estaban muy marcadas.
Y fue cuando cortaron el cordón umbilical, cuando todo pareció cambiar. El niño no lloró. Abrió aquellos ojos grandes. Grandes como platos y se puso a gruñir. La máquina a la que estaba atado, que indicaba su pulso cardíaco, indicaba que no tenía pulso... que estaba... ¿muerto? Definitivamente debe ser el día de los santos inocentes. ¿Qué está pasando? Me da igual. Es mi hijo. Le quiero. Aunque sea... así. Es... es... guapo.
Pero aquel niño tenía algo raro. Algo que no lo hacía humano. No estaba vivo. No conseguía asimilarlo.
- Cariño... no... no está... vivo. Me... me lo han dicho... los médicos. Pe... pe... pero... no entiendo nada.
- Tranquila, mi vida. Es, nuestro hijo. Lo querremos. - Su mano dejó de ejercer presión sobre la mía.
- Te quiero, Horacio. Eres lo más hermoso que me ha pasado en la vida. Recuerda que mi pequeño placer, ha sido conocerte. No, no llores. Estaré bien.
- No te vayas. Eres fuerte. Solo estás algo, cansada. - Vi como se cerraban sus ojos. Como sonaba un pitido estridente, y una continua línea verde aparecía en aquella pantalla. Vi como los médicos se miraban consternados. Oí como empezaba a gruñir más fuerte aquel niño. Lo vi todo claro. ¿Qué me pasa? ¿Por qué todo me tiene que salir mal? En serio, Dios, ¿qué te he hecho? Yo... ¡me has arrebatado a Laura, a mi querida y hermosa Laura, a la persona a la que más quiero! Y mi hijo... no lo entiendo...
Abrazo a mi mujer, cuyo cuerpo inerte en la cama, está frío, sin la calidez que solía tener. Le doy un beso. Ruego a todos los Diosos que me la devuelvan. Por favor... Y es en ese momento cuando oigo el grito de un doctor. Fuerte, doloroso, desgarrador. Abro los ojos de par en par, asustado.
- ¡Me ha mordido! - El Doctor levantaba su mano. Le faltaba un dedo, y la herida estaba inundada de sangre. Sangre... roja, roja, roja, roja. Todo se volvió rojo, rojo, rojo, rojo. Vi a mi hijo, masticando el dedo del Doctor. Vi que tenía cuatro dientes, en los cuales no me había fijado. Vi como el Doctor se cayó en la habitación de rodillas, mientras se desangraba. Vi cundir el pánico. Vi a otra Doctora que iba a ayudar al Doctor, mientras sudaba de una manera que no había visto en mi vida. Vi a mi hijo revolverse y caer al suelo. Lo vi gatear. Supongo que alguien que me estuviera viendo, vería mi cara de terror, porque no podía pensar. ¿Gateando? No... cruel broma del destino. Lo vi morder la pierna de la Doctora. La vi rugir de dolor. Eso no es mi hijo. No.
De repente sentí que algo se movía en mis brazos. Mi mujer había abierto los ojos. ¿Dónde estaba tu vivo esmeralda? ¿Dónde estaba tu fuerza? ¿Dónde estabas, Laura? Todo me dio tiempo a pensar antes de que me asestara un mordisco en el brazo. Retrocedí sobresaltado al ver como se levantaba. La máquina seguía sin marcar el pulso. Me fui acercando a la puerta. Vi sangre. Roja, roja, roja. Vi miedo. Negro, negro, negro. La puerta se abrió de par en par y algo me sacó de la sala, dejándome una última visión de mi mujer, de mi hijo, de los doctores, de la sangre, del miedo, de la muerte, de todo lo malo en un momento.
Me derrumbé. Lloré en el suelo ante la intensa mirada del extraño al que había conocido. Del Doctor que me transmitió las malas noticias. Nadie podía darme consuelo. Nadie sabía que había pasado. No sé cuando pasó esto, pero estaba delante del doctor, con mis puños ensangrentados, tras haberlo golpeado varias veces. Parece que no se resistió. Aquel extraño de los ojos color ceniza, me paró los pies. Gracias desconocido.
Antes de que pudiera decirme algo me fui corriendo. No podía permanecer allí ni un minuto más. No entendía nada. Nada de nada. Yo solo quería llorar. Solo quería irme. Quería estar solo. O con mi familia. Yo... no sé lo que quiero ya.
"Yo escribo esto para... ¡para ti! ¿Algún día llegarás a leer esta nota? No lo sé. Solo el destino sabrá lo que pasará, pero solo hay una cosa segura en esta vida. Que te quiero. A ti. Y a tu madre. Y que recalco, que has sido lo más importante que me ha pasado en toda mi vida. Tú, mi querido hijo, Andy".
Dejo la nota sobre la mesa. Me siento en la cama que tantos momentos he compartido con mi mujer. Tantos momentos. Tantos pequeños y grandes placeres. Odio el silencio. Lo odio a muerte. Cojo el bolígrafo y abro de nuevo la carta. Esa fragancia. Ese pequeño placer.
"Me he dado cuenta, de que la vida siempre tiene un plan para nosotros. Pues si, queridísimo Dios, Jesucristo, lo que haya allí arriba, esto es lo que tienes para mí, para mi familia... ¡qué te jodan! Pudiste llevarme a mí. Pero te llevaste a mis seres queridos. No existe la ilusión. Ni la esperanza. Ni los pequeños placeres. No existe nada. Creo que ya, no siento nada. No tengo motivos para vivir. Los acabo de perder. Mis dos motores. Mis dos motivos. Adiós. Hasta siempre".
Cierro la nota, y la dejo sobre la mesita. Dejo el bolígrafo encima. Me quito mi chaqueta, la doblo, y la dejo sobre la cama. Bajo las escaleras hacia el salón. Enciendo la tele. Perfecto, música. Entro a la cocina, y cojo un cuchillo. El ardor del brazo, de ese mordisco letal, se está incrementando. Duele. Quema. Hiere. Petrifica. Me siento en el sofá. Miro la televisión. Esa música que tanto nos gustaba a nosotros.
Me levanto la manga de la camisa. Mi camisa de cuadros. La que tanto le gustaba. Cojo el cuchillo. Siempre he sido un cobarde. Aún no sé lo que estoy haciendo hasta que me acerco el cuchillo. Siento su tacto férreo, frío. Siento como roza mi piel. Veo muchos momentos de mi vida pasar ante mis ojos. Todo momentos felices. Idílicos. Utópicos. Soy un estúpido. Lleno de rabia desgarro mi piel de un tajo. Veo como empieza a manar sangre del corte. Roja, roja, roja. Muerte, muerte, muerte. Laura, Laura, Laura.
Mi cuerpo se desvanece en un charco de sangre. El cuchillo se cae a mi lado. Moriré acompañado. Antes de morir, veo una foto de nosotros dos juntos, al lado de la televisión. Esbozo una ligera sonrisa antes de dormirme en un cálido sueño. Ahora iré a reunirme con vosotros. Incluso tengo un último pensamiento. ¿Aquel señor habrá sido padre? ¿Qué habrá sido de él? Supongo que esa es... otra historia.
Si hubiera estado vivo, quizás hubiera oído la televisión. Hubiera oído esa última hora de una epidemia, pandemia... pero ya no estoy vivo. Estoy muerto. Y todo me da igual. Me encanta esta sensación de flotar. Me encanta. Paz. Pequeños placeres. Olor a café recién hecho. Olor a hoja de libro nueva. Pequeños placeres. Placer de disfrutar con tu mujer. De tener un hijo. De reírse con él. De enseñarle quién eres. De quererles. De hacerles reír. Por esos pequeños placeres. Por el pequeño placer de vivir.
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¿Qué os ha parecido? Diré que la siguiente historieta será totalmente independiente. Y tendrá otro personaje. ¿Queréis algún spoilercillo para saber de quién es?
Espero que os gustara, y siento si os he dado un chasco.
Gracias por leerlo.